Llegaron los insectos llenos de machas en su piel. De retinas coloridas, ampollados de globoso barro.
A moldear apenas; las patas flacas de hielo y sed. Los cuerpecitos diminutos.
Llegaron desde el sur, vinieron por la ráfaga. Por el zumbido del viento y el frío.
Llegaron desnudos y en su apéndice trajeron las marcas de la fiebre y el llanto, de la muerte amarilla. Ellos acabaron su esperma en el aire y llenaron esas líquidas repisas de aire y enjambre de abejas y muerte.
El nogal descolgó sus hojas perennes por única vez cuando los bichos alcanzaron a llegar. El sol los acribilló luego. Y el frío.
-¡Vayan…malditos! Gritaba el pueblo desde sus pinchos de hierro tenedores tridentes, gigantes. Las latas llenas de piedras y fuego, las cortinas de fuego. Pero era ya tarde.
-¡ lo acribillaron todo!
Llegaron a matar y a depositar las manchas en su piel. Los cotiledones al sol. Maíz al viento. ¡Malditos! Venganza inteligente. .
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